La expresión «jet set» ya no se asocia ni al lujo ni a un selecto grupo de privilegiados que vuelan en avión a lugares remotos y no tan remotos del planeta. Los periodistas empezaron a usar el término en los años 50, cuando volar era algo reservado para pocos. Pero hoy subirse a un jet está al alcance de todos, gracias a las compañías chárter y de «low cost». Por ello habría que revisar el léxico esnob de la aviación e introducir un nuevo término: el de «private jet set». Este último sí definiría a quienes pueden permitirse el lujo de tener o alquilar un avión y que además poseen un modo de conducta y protocolo propio, que llamaremos «jetiquette» (etiqueta del jet).
En la jerga «insider» de este reducido club de altos vuelos, los aviones privados se llaman «pájaros» («me voy en pájaro», «manda el pájaro», «ha llegado el pájaro», etc). Las ventajas de volar en tu propio avión son interminables.
Para empezar, tu marcas la hora y no tienes que adaptarte a los horarios de los vuelos comerciales. Un coche con chofer te recoge y te lleva hasta la misma escalera del avión donde te espera la tripulación. Esto quiere decir que no hay colas interminables de facturación, no tienes que hacer un master para comprender la máquina de «auto check in», no hace falta descalzarse y pasear en calcetines por el suelo no higiénico de los rayos X, ni desprenderte de la mitad de tu ropa y aguantar que te cacheen si pita tu Rolex.
Mascotas y equipaje sin límite
Además, puedes llevar contigo las pinzas de depilar de Shu Uemura, las plancha del pelo de GHD, todas las cremas que quieras -sin tener que meterlas en antiestéticas bolsas de plástico transparentes-, tus mascotas van contigo, por más que superen los seis kilos, y no hace falta doblar los vestidos de alta costura que irán en sus porta trajes «ad hoc» en la cabina. Por supuesto, no hay límite de equipaje, y tus maletas llegarán a su destino al mismo tiempo que tú.
El menú de abordo es «a la carta», y te dejan tu botella de champán Cristal en la mesa (no se la llevan cada vez que te sirven). Lo bueno no acaba aquí. Dependiendo del modelo avión, puedes llevar tu propia música en cabina (tienen conexión para el iPod) y ver películas de tu elección. No hay que hacer escala (si no hay que repostar), esperar las maletas a la llegada, y hasta se puede fumar. No por nada, la frase preferida de toda «celebrity» es: «I don't fly commercial» («yo no uso aviones comerciales»). Victoria Beckham, cansada de esperar que despegue su avión de línea regular en Barajas con destino Alemania, optó por bajarse y alquilar uno privado para no perderse el partido de su marido. ¿Coste total? 21.000,00 libras. También es verdad que los que tienen su propio Gulfstream (el Rolls Royce de los aviones privados) ven como normal usarlo para hacer los recados cotidianos. Se rumorea que Tom Cruise (que se ha ganado el nombre de «emisiones imposibles» por el uso exagerado de sus tres aviones) mandó su avión a por fruta orgánica por un antojo de Katie, y que un cliente español, usó su avión para transportar su ropa a la tintorería parisina de confianza. Ah, y Steve Jobs, el CEO de Apple, tiene estipulado en su contrato un sueldo de un millón de dólares anuales, un bonus en stocks de la compañía (hasta aquí todo normal) y un Gulfstream a su disposición cuyos gastos completos paga la compañía.
Las «celebrities» menos afortunadas que tienen que volar en aerolíneas regulares, al menos intentan ir en «first» o «business», dependiendo de la compañía, para acumular millas en sus tarjetas oro, platino o esmeralda, y así gozar de los servicios más exclusivos de las salas VIP. El truco más recurrente para hacer su vuelo más agradable es mandar el equipaje -firmado TUMI por supuesto- por DHL para tener que cargar sólo con el bolso de Goyard. ¿Su contenido? Los cascos «noise cancelling» de Bose que anulan el sonido de los motores, un antifaz para dormir (los preferidos de las chicas de Los Ángeles son los de la página web especializada en parafernalia para viajes www.flight001.com), el vaporizador de agua de La Roche Posay, la mascarilla de ojos con efecto frío «No Puffery» de Origins, una buena crema hidratante, y una mantita de cachemir de Loro Piana (porque la de los aviones pica, excepto el edredón de plumas de oca que dan en la primera clase de algunas aerolíneas como British Airways). Además, las famosas como Eva Longoria, Paris Hilton y Nicole Richie viajan con su propia almohada, con funda de algodón de Frette, por supuesto. Al aterrizar, independientemente del huso horario, se ponen unas gafas oscuras XXL de Balenciaga, más para tapar los efectos del «jet lag» que para ir de incógnito. Las que necesitan viajar con su peluquero para tener bien la melena se ponen una gorra de «baseball» o un pañuelo de Pucci con que ocultar las extensiones despeinadas ante los objetivos de los paparazzi en la puerta de «Llegadas».
Las «celebrities» venidas a menos, cuya productora no les paga el vuelo en primera clase, también tienen sus trucos para volar más cómodas. Para curarse en salud y poder dormir sin preocuparse del si llegará o no la maleta con el vestido prestado por el diseñador de turno, se hacen con la tarjeta de identificación Global Track ID. Se cuelga de la maleta y en caso de pérdida el servicio se compromete a encontrarla en 24 horas (www.swissknifeshop.com). En el avión se ponen su chándal de terciopelo de Juicy Couture y sus calcetines gruesos de cachemire, y cuando notan que se carga mucho el ambiente (se dice que en «turista» el aire se renueva más lentamente), sacan su purificador de aire iónico (www.sharperimage.com) y respiran hondo.
Lo bueno de los famosos es que, viajen como viajen, lo hacen siempre con estilo, que es lo único que importa. Hay que guardar la compostura de un VIP pase lo que pase. Ya sea recorriendo los «duty free» del aeropuerto de Dubai con dos niños reclamando el biberón, como subiendo por la escalerilla del Gulfstream G650 calzada en unos Louboutin de cocodrilo de 12 centímetros.
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